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El reto que representan los indígenas latinoamericanos malnutridos y con hambre

Por Pedro Medrano

CIUDAD DE PANAMA. -En este año en que celebramos el 500avo aniversario de que el Nuevo Mundo fuera bautizado con el nombre de "América" por un cartógrafo alemán, no debemos olvidar que, desafortunadamente, los últimos cinco siglos han significado pobreza y sufrimiento continuos para la mayoría de la población indígena.

A sólo cuatro años de la publicación del mapa en 1507, un fraile dominico llamado Antonio de Montesinos dio un sermón en Santo Domingo en el que denunciaba la crueldad e injusticia infligida sobre los indígenas locales. En ese momento, la solución de las autoridades locales fue simplemente la de ordenarle a Montesinos que dejara de dar sermones.

Aún cuando las condiciones han cambiado mucho desde entonces, continúa siendo indiscutible que las poblaciones indígenas siguen siendo las más pobres, hambrientas y malnutridas del hemisferio. La promesa del Nuevo Mundo continúa eludiéndolas.

Para algunos, ésto pareciera simplemente constatar lo obvio, pero nadie puede quedarse impávido ante la magnitud del problema. En vez de observar a las poblaciones indígenas a través del prisma de los países individuales, en donde los indígenas pueden no constituir una parte significativa de la población, resulta aleccionador verlos en su conjunto – como una masa humana relegada a las sombras del desarrollo económico del continente.

Nos referimos a una población de cerca de 40-50 millones de indígenas. Su importancia numérica en América Latina y en otras partes fue reconocida durante la "Década Internacional de los Pueblos Indígenas" de las Naciones Unidas, lanzada en 1994.

Diez años después y a pesar de numerosas conferencias y discursos, los investigadores del Banco Mundial han encontrado poco o ningún avance en la reducción de su pobreza. Un área de preocupación es el estado de mala nutrición presente entre las poblaciones indígenas.

De acuerdo con la última Encuesta Demográfica y de Salud (DHS, por sus siglas en inglés) para Guatemala, por ejemplo, la tasa de desnutrición crónica entre los niños y niñas menores de 5 años era del 67%, en comparación con el 34% entre los niños no indígenas. En otros países de la región surge un patrón similar y desolador en el cual los indígenas viven en peores condiciones que los no indígenas.

Las implicaciones de esta situación son formidables y alcanzan más allá de la población indígena que soporta el destructor ataque directo de la malnutrición. La malnutrición no solamente produce un retraso del desarrollo físico e irreparables daños al cerebro, sino que, a su vez, acarrea significativos costos para las sociedades, en su conjunto.

Los niños malnutridos requieren más servicios de salud y atención médica más costosa; igualmente sus resultados escolares son deficientes y pueden repetir de grado más a menudo. Se estima, además, que las pérdidas de productividad para los individuos con malnutrición son de más del 10% de sus ingresos de por vida, lo cual genera un impacto negativo sobre el desarrollo económico de la sociedad.

Estudios realizados en Brasil indican, por el contrario, que un 1% de aumento en la estatura está asociado con un 4% de aumento en los salarios. La lógica es atrozmente en clara. Para ayudar a las poblaciones indígenas a superar la pobreza debemos empezar por mejorar la nutrición infantil, especialmente durante las edades vulnerables y formativas de los 0 a los 5 años.

Mientras que la "Década Internacional sobre los Pueblos Indígenas" falló en su intento por generar resultados tangibles, ésta quedó, a su vez, marcada por una marejada de ira política por parte de los indígenas, que incluyó la rebelión en Chiapas, México, en 1994, así como el derrocamiento de los gobiernos en Bolivia y Ecuador.

Es improbable que los activistas políticos indígenas dejen pasar por alto la falla continua de los gobiernos en atender adecuadamente los problemas de malnutrición que han aquejado a sus sociedades durante siglos y que exacerban innecesariamente la pobreza que padecen de generación en generación. Constituiría un error político el que los gobiernos en la región, así como los países en desarrollo, continuasen ignorando el problema y sus consecuencias. Las investigaciones revelan que la primera piedra de la reducción sostenible de la pobreza reside en una adecuada nutrición para los niños entre los 0 y 5 años.

Sabemos, asimismo, que el costo de combatir la malnutrición representa una ínfima fracción del costo económico de largo plazo que la malnutrición inflige sobre estas comunidades y sus sociedades, en sentido amplio. Más importante aún es que sabemos cómo combatir los problemas de la malnutrición: todo lo que se requiere es la voluntad política. Ciertamente, a 500 años del bautizo de este continente, deberíamos poder garantizar que todos sus ciudadanos reciban los beneficios mínimos de la civilización o, al menos, una básica medida de humanidad.

Pedro Medrano es el Director Regional del Programa Mundial de Alimentos para América Latina y el Caribe. Cada año, el PMA alimenta a más de 90 millones de personas en todo el mundo.